domingo, 8 de septiembre de 2013

La década del Jazz

Los últimos rayos de sol de verano me hacen recordar todos los buenos momentos y todas las carcajadas que he vivido durante estos días calurosos rodeada de gente increíble.
Es una verdadera lástima que lo bueno dure poco pero quizás esa es la razón por lo que lo valoramos tanto;  tan intenso y placentero que lo recordaremos durante todos esos fríos días de invierno como si lo volviésemos a vivir una y mil veces más.
Me gustan las cosas intensas porque me hacen sentir viva como cuando el viento fuertemente me da en la cara y respiro profundamente mientras cierro los ojos creyendo que recojo en mis pulmones todo el oxigeno necesario para vivir eternamente para sí poder hacer de todos mis sueños mi realidad; mi experiencia, mis recuerdos, mi paso por el mundo, todo lo que soy ahora y en lo que me convertiré con el paso del tiempo.
Pienso en el invierno, pienso en el futuro y me entra miedo; miedo a no saber qué ocurrirá, la incertidumbre de no saber que me tiene preparado el destino, si el karma tendrá piedad conmigo, si dejaré de ser cobarde y de ese modo conseguir dejar de tener miedo a sufrir por amor y, cómo no, si el día que logre aceptarme tal y como soy tiene fecha en mi calendario.
Son tantas las sensaciones que recorren mi cuerpo que a veces pienso que voy a explotar y que saldrán volando todas disparadas con tanta intensidad por no contar a nadie todo lo que realmente me ocurre. Pero no creáis que no cuento como realmente me siento por puro placer, sino porque creo que todavía no he conocido a la persona con la que me identifique en cuerpo y mente, que en algunos momentos solo con mirarme sepa lo que necesito. La verdad es que no se si aun no ha entrado en mi vida esa persona o que por el contrario, ya he compartido con ella momentos para el recuerdo y por ello sigue siendo aun un misterio, el cual, me gustaría descubrir pronto, ya que creo que me puede aportar muchas cosas emocionalmente hablando pero sobre todo comprensión, afecto y felicidad.
No quiero hacer de menos a mis amigos por esto que acabo de escribir, creo que ellos saben perfectamente cuanto les admiro y día a día me demuestran que vale más la calidad que la cantidad y que puedo contar con ellos para algo más que tomar unas cañas; mi agradecimiento hacia ellos es incondicional.



Otra cosa que me pone muy triste es ser consciente de que no voy a poder conocer o hacer una gran variedad de cosas que existen en el mundo, como pueda ser probar una comida típica de una tribu africana, leer un libro sobre las vivencias de un hombre que malvivía por las calles de Kiev en la década de los felices años veinte americanos, aprender todos los idiomas que se conocen para poder comunicarme con cualquier persona en su lengua materna, escuchar todas las canciones que se han compuesto con sentimiento, sentir el amor de un hermano o reunir a todos los miembros de mi familia que viven en países tan distintos en una comida familiar.

Ante todo me siento afortunada y creo que uno de los trucos en esta búsqueda de la felicidad constante es valorar todo lo que tenemos y aceptar que las cosas podían haber ocurrido de otra manera pero son así y no debemos intentar modificarlas ya que si lo piensas un instante todo tiene un sentido, un porqué, una razón de existencia y por ello todas las cosas que nos vayan ocurriendo las debemos aceptar tal cual para poder así dejar de tener miedo a vivir intensamente cada momento de nuestra vida.